Se saben el nombre de todos y cada uno de sus
niños. Chezi es como un pequeño
paraíso en medio de la miseria desoladora
y el olor a muerte que parece rodearlo todo
en Malawi. Pero allí sólo crecen
las flores. Unas flores llamadas Victoria, Angela,
Annie, Sally, Rose Mary y Mercedes, seis hermanas
misioneras de Maria Mediadora que son el único
consuelo para más de 150 niños
huérfanos que lo perdieron todo salvo
la sonrisa. Cada vez que una de ellas sale a
los jardines, decenas de angelitos corren a
abrazarse y enredarse entre sus piernas. Levantan
sus caritas divinas buceando en la mirada de
las que ya reconocen como sus madres. Gritan
“Amai, Amai” (mamá) y cinco
o seis niños se agarran de cada uno de
sus dedos conformando un ramillete de esperanza.No
pueden zafarse de ellos ni quieren porque su
pasión es dedicar su cuerpo y alma a
facilitarles un mundo feliz desde que se fundó
la misión hace diez años en este
distrito de Dowa, una |
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de las zonas más pobres de Malawi. Los
Angeles de Chezi no tienen hijos propios pero hacen
las veces de abuela, madre, tía o hermana de
todos aquellos abandonados a su suerte. Los han visto
crecer y sufrir y muchas veces morir a consecuencia
del SIDA que les transmitieron sus padres. Pero se empeñan
en ofrecerles una puerta al cielo. Por eso, nada más
traspasar los muros de ladrillo bien construidos que
separan la misión del exterior se abre un mundo
bien distinto. Jardines espléndidos y bien cuidados,
pequeñas casitas siempre limpias donde viven
en familia de siete a diez niños con madres “postizas”,
un comedor con grandes ventanales donde el plato de
comida está asegurado sobre los “hules”
floreados, clases con material escolar y hasta un salón
de juegos y audiovisuales donde
los pequeños contemplan pasmados en una gran
pantalla los últimos dibujos animados. Además,
son de los pocos afortunados que gracias al hospital
de la misión también tienen acceso a los
medicamentos antirretrovirales que ayudan a combatir
la gran plaga africana de la que nadie quiere hablar
abiertamente.
Chezi
es como un pequeño país financiado por
la solidaridad española en que cada hermana tiene
una misión, un ministerio adjudicado que deben
gobernar, administrar y hacer llegar a buen fin. Y por
supuesto lo consiguen mejor que cualquier otro dirigente
del mundo. De ahí que Chezi sea todo un modelo
a seguir. Cada una tiene su parcela. Angela, una colombiana
de voz cándida y mirada limpia y serena, se ocupa
del Ministerio de Agricultura y Ganadería. Posee
una hermosa huerta donde ha aprendido a cultivar desde
zanahorias, coles, plátanos y espinacas hasta
café y otros muchos vegetales que les sirven
de auto-
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sufiencia.
Ahora
acaba de plantar semillas de olivo que una buena
periodista le envió con la esperanza
de que éste símbolo evangélico
crezca también entre ellas. “Pero
ven acá, ven acá...también
tengo “serdos”, dice con ese acento
melódico sudamericano que aún
conserva mientras camina pizpireta entre los
tajos de su huerta. Ya en los corrales, apunta
orgullosa con el dedo algunos de sus más
de 40 guarrinos que ducha todos los días
“porque si no huelen muy mal”, afirma
ladeando la cabeza. “He aprendido incluso
a hacerles cesáreas a las cerdas y mira
qué lindos están” , relata
mirando con satisfacción a los rosados
recién nacidos que no
paran de mamar. Junto a ellos, cabras, ovejas,
gallinas, conejos...todo un logro para la que
apenas hace ocho años al llegar no tenía
la más mínima idea de las cosas
de campo. |
“Mira
cómo está! Picaita de sarna! Mira que
las madres tienen jabón y les estamos todo el
día diciendo que deben tener a los niños
aseados, pero, hija, nada!”, dice Victoria quejándose
de la dejadez de las madres contratadas que tienen a
su cargo a cada grupito de huérfanos. En su pequeño
reducto del Ministerio de Asuntos Sociales, aplica pomada
en las heridas que le han salido a Felicina, una pequeña
cuyos padres murieron de SIDA cuando sólo contaba
con dos meses. Tras darle un pellizquito en el moflete
y despedirse de ella en Chechewa, se ocupa de cortale
el pelo en su peluquería a otros tantos cuyos
rizos empiezan ya a ensortijarse demasiado. “No
paramos” , afirma esta cacereña de incombustible
personalidad que tras ocho en Malawi aún lleva
con orgullo colgado de su cuello al Cristo de su pueblo,
Serradilla. “Es que es más impresionante.
Tenéis que ir a verlo cuando estéis
en España. Uyyyy! De verdad que es muy
bonito. Mira se me ponen los vellos de punta
de acordarme de él”, afirma levantándose
la manga como demostración. Mirando por
encima de sus gafas de pasta y bajo su impoluta
rebequita azul marino, Victoria se pasa todo
el día yendo de acá para allá.
De una clase a otra revisando continuamente
a cada uno de los niños para que no se
le escape ningún detalle de su estado
de salud o su educación.. Sabe quienes
son sus padrinos, cuándo llegaron a Chezi
y en qué condiciones, incluso ha “rebautizado”
a alguno de ellos. “Mira ves, ese gordito.
Pues ahí con lo lindo que está,
comiendo sin parar, cuando llegó no contábamos
con él. Estaba de desnutridoooo!....”,
afirma llevándose la palma de la mano
a la barbilla. Pero sabes? Tenía tantas
ganas de salir adelante que le puse “Difuna
Moyo, que significa “Yo quiero vivir”.
Y mira la “loquita”, ... Su padrino
es un italiano”. |
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“Welcome
to Chezi” puede leerse como bienvenida en la pared
del fondo de un pequeño patio, bien luminoso
y adornado con arriates de plantas, alrededor del cual
se reparten las distintas clases de la guardería.
Pasearse por este corredor es como oír toda una
sinfonía infantil que traspasa las paredes con
las risas, los lloros, las canciones y los gritos de
alegría de todos los que están en el interior.
Niños y niñas huérfanos de dos
a cinco añitos que hoy son todo un jorgorio porque
un voluntario ha tenido la ocurrencia de llevarles un
tubito de colores del que salen grandes pompas de jabón.
Los pequeños perplejos ante esta gran novedad
se empeñan en cogerlas y asombrados ven cómo
se volatilizan entre sus dedos. Ah! Ah! le señalan
a la india Rose Mary cuando entra en la clase dirigiendo
su batuta hacia los labios para indicarles que bajen
el volumen de sus cuerdas vocales. Siempre sonriendo
y gastando bromas esta joven hermana, que cambio el
tradicional shari indio por el hábito cuando
llegó a Chezi hace cuatro años desde la
leprosería cercana a Calcuta donde trabajaba
como misionera, es la encargada del Ministerio de Educación.
Pasea por las clases continuamente dando indicaciones
a las maestras para que no dejen simplemente a los niños
en el suelo y favorezcan con juegos y actividades su
motricidad y motivación. “Es que no vale
sólo con
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el taca-taca”,
dice cogiendo a un pequeño del suelo
y ayudándole con sus manos hasta que
consigue que de sus primeros pasitos a trompicones.
Entonces, le aplaude, le canta y baila para
él en el centro de la clase ante el estupor
de los otros niños que la miran con ojos
desorbitados. Rose Mary es todo dulzura, comprensión
y sencillez. La felicidad parece pintada en
su rostro con pinceles de colores a pesar de
la desgracia que le rodea. Es la única
que consigue entenderse en su idioma con Sally
y con Annie, las otras dos hermanas indias que
aún conservan como ella un marcado acento
en esta torre de Babel que llega a ser Chezi
cuando llegan voluntarios desde todas las partes
del mundo. Sus voces cantando en la capilla
las tradicionales plegarias hindúes resuenan
como un bendito órgano en la bóveda
de una gran catedral. |
Pero ahora es hora de comer. “Tu ponte tiesa”,
me recomienda Ángela mientras los niños
entran en ordenadas filas y por edades al comedor. “Es
que si una no pone una orden se vuelven locos y no hay
manera de que aprendan a comer educadamente”,
me dice mientras me guiña un ojo de manera cómplice
y se da la vuelta para que los niños no la vean
flaquear al sonrosarse de la risa. “Señor
te damos las gracias por los alimentos que vamos a recibir”,
reza el niño encargado hoy de agradecer los dones.
Acto seguido, en silencio cada pequeño comienza
a dar buena cuenta del plato de nsima (harina de maíz
típica de la dieta malawiana), cordero y arroz
blanco que forma parte del menú. A partir de
ahí, sólo se escucha el repiqueteo de
las cucharas sobre los platos
de plásticos de colores. Los haces de
luz entran por las transparentes ventanas que
dan a los jardines mientras el silencio y los
susurrantescomentarios infantiles se apoderan
de la estancia. Victoria, Rose Mary y Angela
se pasean entre ellos. Se sientan con alguno
en el regazo para ayudarles a partir los trozos
de carne pero apenas hace falta más que
su cariño porque los críos rebañan
hasta el último grano de arroz del plato.
Es increíble comprobar cómo con
tan sólo tres o cuatro añitos
los críos saben comer ellos solitos sin
que nadie tenga que hacerles ningún avión
a punto de aterrizar desde el tenedor a su boca
ni morisqueta alguna para que mastiquen los
alimentos. Una comida que llega a Chezi gracias
a la solidaridad de muchos particulares y organizaciones
humanitarias que comprueban así como
la ayuda llega hasta donde más se necesita,
sobre todo a la mesa del fondo, que es donde
estan los niños malnutridos. |
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“Ahora me voy a cuidar a un anciano a su poblado”,
nos anuncia Sally. Es la más joven de todas ellas.
Tiene 23 años y viene del cercano hospital de
Mlale, donde ha estado varios años prestando
ayuda como enfermera junto a las otras cuatro hermanas
de la misma congregación con las que tienen tan
buena relación que no dudan en encontrarse con
ellas cada martes cuando visitan Lilongwe para hacer
las compras o arreglar cuestiones burocráticas.
“Pero sólo estoy aquí hasta que
vuelva Balsama de la India. Después vuelvo a
Mlale”, asegura respetando el hueco que dejó
su compañera al irse a visitar a su familia después
de tres años. La acompañamos en la ambulancia
de la misión. Ella misma conduce por los caminos
polvorientos hasta que llegamos a Njdomole, el poblado
en el que se encuentra la choza donde vive Butao, un
anciano aquejado de una grave enfermedad tropical que
poco a poco ha ido comiéndole la piel y las fibras
de las piernas hasta dejárselas como muñones
y completamente postrado. Le calculan unos 40 años
aunque parece tener muchos más. Su mujer le abandonó
cuando vio que nada tenía que ofrecerle en
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esas
condiciones
y además le dejó cuatro hijos
entre 7 y 15 años que apenas pueden cuidar
de él. Ahora sus heridas ofrecen una
imagen parecida a las secuelas de la lepra.
“En realidad no siente nada porque ha
perdido la sensibilidad”, nos cuenta Sally
mientras sin pudor alguno se arrodilla en la
estera donde se acomoda el viejo desde hace
días. “El no podía quedarse
más tiempo en nuestro hospital. Le dijimos
que se fuera al de Dowa, pero como allí
mandan a las personas que
se van a morir no quería. Asi que le
dijimos que su familia tenía que hacerse
cargo de él y nosotras vendríamos
a curarle las chilondas, las heridas, cada dos
días”. Todo esto nos lo cuenta
mientras limpia concienzudamente las pústulas
y le aplica antibióticos para evitar
futuras infecciones” . ¿Es duro
no?, le preguntamos con reparo casi apartando
la mirada. “Esto no es nada. El primer
día tuvimos que sacarle tres litros de
pus de la |
pierna”. A la vuelta, Sally se enfrasca de nuevo
y sin descanso en sus tareas dentro de la farmacia del
hospital. Prepara la medicación de los enfermos
y acto seguido visita a cada paciente que se encuentra
ingresado. La seguimos para que nos siga contando cosas,
porque es una “dura” delicia escuchar sus
explicaciones. “ La pasada semana tuvimos que
trasladar dos mujeres a Dowa. Murieron dos días
después. Tenían SIDA aunque nadie escribe
esto en los partes”, asegura con cara lastimosa.
“La mayoría sufre vómitos, diarrea,
fiebre...y los tratamos de eso, pero cuando no mejoran
sabemos que es la enfermedad innombrable y les mandamos
a Dowa”. Éste es el hospital de referencia
del estado de todos los pueblos del área de influencia
de Chezi. Lo visitamos con Victoria al trasladar a un
pequeño de dos añitos anémico que
necesitaba una transfusión y a una joven
a
la que
durante el
trayecto en la ambulancia le dieron repetidos
ataques epilépticos. En él, a
diecisiete kilómetros de Chezi, no hay
personal para cuidar a los enfermos durante
todo el día, no hay especialidades y
sólo tienen un médico. Lo que
sí hay son pilas de camillas oxidadas,
colchones putrefactos, ventanas rotas y enfermos
que languidecen en agrietados pabellones sobre
camastros vestidos con sábanas sucias
y rasgadas “Allí tienen laboratorio,
pero las pruebas tardan mucho y además,
aunque lo diagnostiquen no tienen medicinas
ni tampoco ellos tienen cómo pagarse
el tratamiento”, señala Sally mientras
se pierde en los pasillos de su hospital de
Chezi que contrasta en limpieza, organización
y agradable ambiente con el de Dowa. Ella será
la encargada desde entonces y para nosotros
del Ministerio de Salud y Sanidad. |
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En ese mismo recinto , donde incluso cuelgan de las
paredes recién pintadas de azul pálido
cuadros de arte africano , parece
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que están
llegando a un acuerdo.¿Cuánto
has dicho? ¿Pero ese día no era
fiesta!. No, eso no te lo puedo pagar. Cuándo
fue cuando estuviste mala?. Es Annie pagando
los salarios de cada uno de los trabajadores.
Lo hace cada semana y debe cuidar muy bien cada
kwacha que reparte para que el presupuesto no
se le vaya de unas manos de color casi chocolate.
Ella también viene de un pequeño
pueblito de la India y sus facciones no dejan
lugar a duda de sus orígenes. Se ríe
mezclando el chechewa, el inglés y el
español según hable con uno u
otro y cuenta los billetes antes de entregarlos
con una sonrisa a las impacientes limpiadoras,
sanitarias o enfermeras que esperan el pago
para ir rápidamente al bullicioso mercado
y comprar la escueta ración alimenticia
de sus hijos. De ella depende en parte la contabilidad
y por ello ha sido nombrada titular del Ministerio
de Economía y Hacienda. |
“China lanko dani?”, pregunta Victoria a
una de las madres que se han acercado hoy a la clínica
móvil que visita cada semana los distintos poblados.
Sherika, le responde enunciando su nombre la joven mientras
se agacha luchando con su prominente barriga y el bebé
que llora colgado a su espalda amarrado por un chitenchi
(el tradicional pareo de colores africano que utilizan
todas las mujeres en Malawi). Es una de las más
de 200 embarazadas o recién paridas que será
hoy vacunada y revisada por el médico que acompaña
a las monjas en este consultorio ambulante que este
miércoles de junio se ha instalado entre las
chozas de Chitunda. Poco a poco todas ellas van llegando
andando descalzas por los caminos de tierra anarajanda
formando un arcoiris multicolor con sus largas faldas
africanas de chillones estampados. Han caminado entre
2 y 6 kilómetros para llegar hasta aquí
y hoy además hubo “maliro”
(funeral) cerca y las mujeres han acudido de
forma masiva.
Se
sientan en el suelo, siempre con sus bebés
tras de sí, esperando la primera parte
de este programa sanitario y educativo que impulsan
desde hace años la misioneras trabajando
codo con codo con el gobierno malawiano. Lo
primero es una clase sobre cómo prevenir
el SIDA ya que, aunque muchos quieran omitirlo,
en Malawi se calcula que el 30 por ciento de
la población está infectada. Linda,
una joven “medical assistant” malawiana
de largo cabello ensortijado y vestimenta puramente
africana, les acompaña en este trabajo.
Sólo tiene sus manos y su voz para luchar
contra el SIDA pero lleva bajo el brazo un instrumento
muy eficaz para explicar cómo prevenirlo.
Se trata de una reproducción del órgano
genital masculino realizado en madera que le
sirve para hacer comprender a las mujeres lo
importante que es un preservativo y cómo
ponerlo para salvaguardarse de la fatal enfermedad.
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Posee
una vitalidad desbordante, una sonrisa fascinadora y
una personalidad que fija en una mirada que nadie es
capaz de rehuir. Cautiva y convence, que es de lo que
se trata. Comienza a dar su clase cantando y batiendo
palmas mientras las mujeres corean sus recomendaciones
con respuestas a cada una de sus preguntas. Sentadas
en el suelo alrededor se sonríen y se sonrojan
mientras Linda les comenta entre chistes, más
o menos picantes, y cánticos educativos qué
es ese “plastiquito” que les puede servir
como el mejor arma para luchar contra el enemigo. ”No
olvides usarlo siempre que te acuestes con un hombre,
por mucho que lo quieras y lo desees, porque puede que
éste haya estado antes con una mujer infectada
y ahora te lo transmita a ti”, les dice, riñéndoles
si osan reírse demasiado. Después
cobra protagonismo el control de peso. Una báscula
de Unicef colgada de un árbol y formada por un
pequeño saquito donde van instalando a los niños
para comprobar si están o no en los kilos adecuados
conforme su edad. Muchos desgraciadamente están
muy por debajo. “Para eso sirve la clínica
móvil, para detectarlos e incluirlos en un programa
de lucha contra la desnutrición”, nos explica
Victoria con una niña de cara angelical que ha
tomado en brazos. “Esta estaba malita y conseguimos
recuperarla”, cuenta orgullosa mientras le planta
en la cara un sonoro beso. Así, poco a poco van
pasando a la zona de vacunas, donde le ponen a las madres
el tétanos y a los bebés la del polio
y la del sarampión. Una choza en pésimas
condiciones donde los trozos de algo similar a una uralita
hace equilibrios sobre cuatro pilares de madera carcomida.
Las paredes son ladrillos de adobe sin revestimiento
alguno y el suelo tierra seca que cuando llegan las
lluvias se embarra hasta hacer el pequeño cubículo
casi impracticable. “Le pedimos al gobierno un
sitio mejor, pero nos dijeron que si queríamos
nos podíamos ir allí arriba, lejos...Fíjate,
cómo son...si es para ayudarles!! Pero son así...qué
le vamos a hacer”, dice resignada Victoria sin
ningún atisbo de rencor.
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Mientras
las madres van pasando al interior entre un
atronador coro de llantos, ella ya se encuentra
instalada en su pequeño taburete de madera
frente a una gran caja de medicamentos que ella
misma ha fabricado. Se parece a una caja de
herramientas con multitud de compartimentos
donde se encuentran ordenadas miles de pastillas
dependiendo de la dolencia. En cada departamento
ha escrito en una pequeña pegatina malaria,
cólera, gastroenteritis, dólores
de cabeza, diarreas, muelas... De ese modo,
sabe los tratamientos básicos y cuántas
pastillas ha de dar para conseguir que mejore
el enfermo. “Las medicinas las pagan casi
simbólicamente, para que sepan que tienen
que dar algo e ir formándoles también
en que deben pensar en el futuro y administrar
su economía porque si no creen que todo
es gratis”. Una ha pagado 15 Kwachas (unos
20 céntimos de euro) por todo el tratamiento
de antibióticos, vitaminas, paracetamol
y |
suero que necesitaba su pequeño. Después
viene el reparto de Likhuni Phala para aquellos que
entran a formar parte de este programa auspiciado desde
hace dos años por la ONG irlandesa Concern y
que está ayudando mucho a paliar la desnutrición
infantil gracias al reparto de esta papilla tan energética
inventada por la hermana Trinitas que se compone de
cacahuetes, alubias, aceite, azúcar, leche y
maíz. “El problema es que a veces no se
lo dan al niño porque creen que si ellas comen
pueden alimentarlo mejor y también cuidar mejor
al resto, pero no podemos permitirlo, por eso hemos
diseñado una estrategia. Hemos comprobado que
el niño alimentado con Likhuni Phala y leche
durante dos semanas coge unos 500 gramos al mes, asi
que a cada madre le damos una cartilla amarilla donde
vamos tomando notas de la mejoría o el empeoramiento.
Si al cabo de cuatro meses no mejora, le retiramos la
ayuda. Así evitamos que la familia se aproveche
y logramos que la ayuda llegue donde realmente se necesita.”
Y un último Ángel para Chezi que llega
desde el norte de España. Asturiana y Emprendedora.
Desde este recóndito lugar del mundo, Mercedes
se codea con los más altos cargos de las ONG´s
españolas. Domina tres idiomas y su antigua profesión
de periodista , antes que religiosa , le sumió
durante años en horas de radio , un mar de teletipos
y miles de horas al teléfono
entrevistando
a todo tipo de protagonistas de la actualidad.
Algo que sin duda le ha servido para saber lidiar
en los cosos más difíciles de África.
Llena de iniciativas, inagotable y vital, la Arbesú,
no se cansa de llamar puerta a puerta, aún
con su suave acento asturiano, a todos y cada
uno de los que pueden colaborar con la misión.
Ella consigue dinero, idea nuevos programas de
ayuda, participa en foros de debate...Su agenda
es tan apretada como la del director de un diario
nacional o el secretario de su santidad el Papa.
“Anda ya”, dice riéndose con
una franca carcajada llena de humildad. Pero es
tan cierto como la blancura de su bata. No en
vano ella es la titular del Ministerio de Relaciones
Exteriores que lleva el nombre de la misión
de Chezi, traspasando fronteras hasta las oficinas
de cualquier parte de España y el mundo. |
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Así, mantiene el “Status Quo” de
esto que algunos conocen cariñosamente como “El
Hotel de Cinco Estrellas”. Un espacio angelical
en medio de un campo de batalla donde las armas no son
otras que la realidad que marca, el SIDA, las hambrunas,
la malaria, la desnutrición...Ante eso, los Angeles
de Chezi han conseguido grandes aliados. Manos Unidas,
Medicus Mundi, Solidaridad con Malawi, IUVE entre otros
muchos organismos y particulares llevan a Chezi un poco
de paz con las aportaciones económicas de todos
estos “estados miembros” y la voluntad impagable
de todo un ejército de soldados voluntarios.
“No es para tanto”, dice Mercedes mientras
se pasea por el nuevo pabellón de contagiosos
que se está edificando con las aportaciones de
Medicus Mundi Asturias.
“How
you feel today?”, canta la profesora. “¡I´m
happyyyyy”! responden los niños mientras
hacen un corro dando vueltas con sus manos entrelazadas
sobre el brillante verde de los jardines. “If
you are happy clap your hands, clap your hands like
this!”, siguen cantando felices los huérfanos
palmeando las manos por encima de sus cabezas. Los niños
de Chezi son los escogidos. No estarían mejor
cuidados y con mayor dedicación en ningún
orfanato español ni de otra parte del mundo.
Son rescatados del horror y llevados al cielo por esos
ángeles benditos que trabajan sin descanso los
365 días del año aunque sólo haga
falta una semana para reconocer la grandeza de su dedicación.
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Llega la hora de la despedida. Se nos encoge el corazón
y en la garganta se nos hace un nudo mientras aún
escuchamos de fondo a los niños cantando. Salimos
comentándole al chófer lo maravillosas
que son esas mujeres. Asiente con un entusiasmo poco
común en las formas de ser africanas. Lo mismo
dicen los tenderos, los mecánicos, los voluntarios,
los sastres, los jefes de las Ong´s y todos los
que viven en los alrededores de la misión. Todos
las quieren, todos las respetan. Hablan de ellas con
veneración, orgullo e infinito agradecimiento.
Pero aquí son unas completas desconocidas sólo
porque no salen en las películas.
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