Los olvidados de Loma Larga
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.........Liberia,
El Congo, Sierra Leona, Costa de Marfil o
Camerún no tienen fronteras hoy en
Ceuta. Las tragedias y las guerras de estos
países se han reunido con forma humana
tomando cada calle. Una ciudad que en lo que
va de año se ha convertido, con 1.400
peticiones, en la segunda región de
España después de Madrid, con
mayor número de solicitudes de asilo.
.........Los
centros de acogida están a tope, las
escolleras sirven de lecho a decenas de menores
marroquíes a la espera de una oportunidad
para colarse en los bajos de un camión
y cruzar a la península, los montes
no han estado nunca tan poblados de argelinos
como ahora, mientras que cada banco del paseo
marítimo cercano a la frontera de Benzú
está ocupado por un inmigrante. Hasta
los estercoleros, como Loma Larga, se han
convertido paradójicamente en morada
habitual para los que huyen de la mayor miseria.
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.......Sylvain
acaba inventarse una canción en su lengua materna,
el Lingala. Su melodiosa voz africana se eleva por
encima una montaña de cascotes, piedras, palés
destrozados, botellas rotas, bolsas de basura y no
se sabe cuántas toneladas de desechos más.
Tiene 32 años y es del Congo, de donde salió
huyendo hace seis meses por miedo a las matanzas tribales
que asolan el país desde 1998. Sentado en un
bidón de plástico verde, aplastado por
su peso, tararea con una sonrisa melancólica
y la mirada perdida en el horizonte lo que parece
un himno, mientras sus compañeros de “hogar”
se desperdigan en grupos por la escombrera. Algunos
tratan de encontrar cartones con los que protegerse
del frío nocturno, otros buscan palos de madera
para encender una fogata y hacer algo de comida y
los más deprimidos se acuclillan cubriéndose
la cabeza con las manos. El hilo musical continúa
y otro congoleño le sigue batiendo palmas traduciendo
el estribillo de la canción que entona. “Todos
aquí queremos salvar nuestra vida”, dice.
Es uno de los cerca de 150 subsaharianos que viven
desde hace más de un mes en este vertedero
a las afueras de Ceuta, en una zona conocida como
Loma Larga. Entre ellos hay gentes de Liberia, Costa
de Marfil, Sierra Leona, Camerún, Malí,
Burkina Faso, Cote D’Ivoire y otros muchos
puntos dispares de África, aunque muchos,
como Sylvain, son congoleños. Ninguno de
ellos ha tenido suerte para conseguir plaza en el
Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI)
de la Comunidad Autónoma, cuyas instalaciones
están colapsadas desde hace meses. Las 420
plazas de que dispone se han quedado cortas ante
la enorme demanda desde septiembre y así
centenares de personas se ven obligadas a dormir
en las calles, las escolleras o en el peor de los
casos en estercoleros como éste. Médicos
Sin Fronteras, la única organización
humanitaria que ha puesto en marcha el programa
de emergencia para el 4º mundo “Misión
Ceuta” para dar asistencia básica a
este colectivo, cifra en 500 los inmigrantes que
viven “sin asistencia oficial” tanto
en los montes como en los alrededores de la planta
desaladora.
“La vida es muy difícil aquí.
Muchos problemas”, repiten una y otra vez
Konduani y Marmoni mientras señalan sus agujereadas
ropas, su humilde calzado o las heridas que se han
producido en su huida de la Policía o la
Guardia Civil. Ellos también duermen al raso
en esta zona cercana a la frontera marroquí
de Benzú, que muchos lograron sobrepasar
de noche saltando la reja de seguridad española
y otros a nado desde Bel Younech (cerca del polémico
islote de Perejil) hasta la cercana Playa de Benítez,
cuyo paseo marítimo puede contemplarse desde
la “azotea” de este ruinoso e infrahumano
lugar que habitan ahora. También desde allí
puede verse la costa española de sus sueños
en los días claros.
Refugiados en pleno corazón
del desarrollo
Pero el cielo acaba de encapotarse anunciando
una gran tormenta. Moisés Jhon se acerca
con una bolsa de plástico llena de alimentos
que alguna alma caritativa le ha dado en el mercado
esta mañana. Tiene 34 años y va vestido
de chándal con chanclas de plástico.
También es del Congo, de un pequeño
poblado llamado Mabindi Gerome, cercano a Bunia.
Cuenta que nunca se le olvidará el 23 junio
del 2002 cuando llegaba a su casa desde Kinshasa,
y vio cómo delante de sus ojos los soldados
mataban a sus tres hermanas, sus dos hermanos pequeños
y a sus padres. “Fueron las milicias en contra
del gobierno, llegaron y dispararon contra toda
mi familia”, cuenta mientras realiza el gesto
de sacar una ametralladora e imita el sonido de
los disparos. “Así fue. Sin razón
alguna. Las guerras tribales no atienden a razones.
Nosotros sólo queríamos vivir en paz”,
dice. Entonces, salió huyendo y estuvo seis
meses andando o en coche traspasando las fronteras
de Camerún, Nigeria, Benin, Burkina Faso,
Malí, Argelia y Marruecos hasta llegar a
Ceuta el pasado mes de septiembre. Ahora espera
respuesta a su petición de asilo y teme que
el próximo 2 de diciembre, cuando le cumple
el plazo, le llegue una orden de expulsión.
“He alegado problemas políticos en
mi país. Esto es real. Si me devuelven me
matarán también a mí. No puedo
volver”, asegura.
Ha comenzado a llover con fuerza. Cada uno busca refugio
como puede, pero no hay dónde. Moisés
saca un paraguas con tres varillas rotas y ofrece
resguardo. El agua cae a raudales y el viento del
este, el vendaval, sacude con fuerza. Los cartones
se convierten rápidamente en chabolas improvisadas
donde solo cabe un alma y las chanclas pisan ahora
el fango y los charcos que se abren en arroyuelos
entre los cascotes. Konduani ha empezado a tiritar
de frío ya que sólo un raído
pijama cubre su magullado cuerpo. Sus manos tiemblan
vertiginosamente. “Cuando se hace de noche lo
único que hago es llorar y rezar diez avemarías
antes de intentar dormir entre mis pesadillas. Yo
soy Cristiano y espero que Jesucristo se acuerde de
nosotros”, dice Moisés, que piensa viajar
a Francia, donde tiene un amigo, para buscar una vida
mejor.
Un poco más arriba, en el monte otro grupo,
este de argelinos, pasa también las noches
a la intemperie. Están escondidos en un paraje
cubierto de restos de basura pero al menos tienen
árboles donde cobijarse. Los miembros de Médicos
Sin Fronteras suben regularmente hasta allí
para atender a aquellos que lo necesitan. “Los
últimos días hemos intensificado el
reparto de chubasqueros, ropa de abrigo y productos
higiénicos ya que se ha registrado un aumento
alarmante de enfermedades relacionadas con el frío
y la lluvia. Muchos tienen los pulmones dañados
por la humedad y también fiebre”, explica
Gema Prieto, coordinadora del proyecto de MSF. “Además,
la situación para muchos musulmanes se agrava
porque al estar de Ramadán se sienten más
flojos, por la falta de alimentación, así
que intentamos que la ración del desayuno les
aporte los nutrientes necesarios para que puedan restablecerse.
No obstante estamos temiendo que termine este mes
santo para ellos, porque entonces las entradas de
indocumentados de estos países, ahora mismo
prácticamente nulas, sufrirán un gran
aumento”.
Pero no son sólo marroquíes, argelinos
o subsaharianos los que malviven en los montes ceutíes.
Amin Aminulislam tiene 28 años y es de Bangladesh.
Se encuentra junto a otros 15 compatriotas resguardados
en la zona más alta del monte. “Me monté
en un barco y estuve escondido un mes y medio. Un
marinero me vio y mantuvo el secreto pero cuando estábamos
cerca de la costa me empujó y tuve que nadar
hasta la orilla”, cuenta mientras señala
hacia la playa. “Tuve mucho miedo, pero ahora
todo depende de que las autoridades españolas
se apiaden de mí”, dice mientras se dispone
a cocer los desperdicios de un pollo en un antiguo
cubo de pintura.
La
única asistencia que reciben desde hace
meses es el reparto que cada mañana realiza
Médicos Sin Fronteras en un descampado
pegado a la desaladora, después de que
el pasado 21 de septiembre la Guardia Civil
desmantelara el campamento de emergencia que
habían desplegado para atenderles en
el Jaral. Desde las nueve de la mañana
cientos de inmigrantes se congregan allí
haciendo cola para recibir el desayuno mientras
furgonetas de la legión, autobuses escolares
o ceutíes haciendo su ejercicio matutino
transitan por los alrededores prosiguiendo la
vida cotidiana. “Hoy hemos repartido casi
400 desayunos cuando teníamos pensado
unos 350 por lo que sabemos que continúan
llegando sin saber dónde ir a pedir ayuda”,
cuenta Benancio Cermeño, logista de MSF. |
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“Si esto pasara en el centro
de Ceuta, otro gallo cantaría pero parece que
a nadie le interesa la vida de estos seres humanos”,
exclama. Al girar la cabeza se puede incluso mascar
la miseria. Bajo un puente un argelino enfermo pide
ayuda tirado en un viejo colchón de espuma
carcomido, mientras las aguas fecales de las cañerías
de un edificio van a parar al cauce de agua pestilente
que baña sus pies.
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Niños de la calle
A
lo largo del paseo cada banco se ha transformado
en una cama donde muchos aún se desperezan,
pero sorprende de pronto la presencia de tres
menores que minutos antes dormían acurrucados
en el rompeolas. Son Mohamed, Said y Amin. Tienen
entre 12 y 14 años y han venido solos
andando desde El-Borj, un pueblecito cercano
a Tanger. Su mirada dista mucho de la ternura
propia de nuestros críos de su edad,
más bien es retadora y desconfiada, pero
su vida tampoco ha sido nunca ni parecida a
la de ellos. Nunca han ido al colegio, no saben
leer ni escribir y han pasado su infancia pidiendo
en las Medinas o buscándose la vida en
las callejuelas de los zocos, traduce un barrendero
que desde hace una hora mira con “vergüenza
ajena” toda la escena. “Es que no
puedo ver esto. Tanto desperdicio en nuestras
casas, en el gobierno… y que tengamos
que presenciar ante nuestras narices la injusticia
tan grande que se comete con estos niños”,
dice con rabia mientras aprieta bromeando la
nariz de Said.
Mientras otros sueñan con la play-station
o meter goles como Raúl, ellos sólo
idean el modo de coger una patera para cruzar
el Estrecho o esconderse en los bajos de un
camión para cruzar hasta Algeciras. Son
algunos de los cerca de 400 niños de
la calle que también malviven en este
primer mundo que es España, según
el último informe de la Asociación
Pro Derechos Humanos de Andalucía. “Si
no hay solución para ellos podrían
acabar esnifando pegamento, robando o prostituyéndose
como han acabado otros muchos”.
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La hora
Santa de la Cruz Blanca
Para
los musulmanes que cumplen el Ramadán,
la llamada al Magrib, la cuarta de las oraciones
del día, supone todo un respiro ya que
entonces pueden romper el ayuno diario que marca
el Corán para este mes santo. Pero lo
es aún más para los inmigrantes
de las calles que estos días se acercan
a la Mezquita de Sidi Embarek, ubicada en el
humilde barrio de “Los Rosales”,
cercano a la frontera de El Tarajal. Cuando
el muecín convoca, a la caída
del sol desde el minarete a los creyentes, las
calles aledañas comienzan a convertirse
en una “romería” de fieles,
pero también de muchos de esos inmigrantes
musulmanes que duermen en las calles y que vienen
buscando la caridad. |
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Los voluntarios de la Luna Blanca
Marroquí afortunadamente para ellos ya están
manos a la obra en la carpa contigua que han instalado
para dar la cena del Iftar (una fiesta de reunión
para romper el ayuno). Es la única organización
humanitaria que se ocupa de atender a los inmigrantes
sin recurrir a ninguna subvención pública.
Tan sólo la solidaridad de los vecinos de esta
colonia de casas bajas, bolsas de basura enredadas
en un sin fin de antenas y tiendas de 20 duros asistidas
por mujeres marroquíes cubiertas con pañuelos,
hace posible que cada día le den de comer a
cerca de 400 inmigrantes. “De otro modo tendrían
que seguir por fuerza el ayuno por falta de medios”,
asegura Mustafá Abdelsalem, presidente de la
Luna Blanca en Ceuta, que en la puerta organiza a
cada grupo en las diferentes mesas.
Es una carpa espaciosa, limpia, bien iluminada,
con cortinas, manteles, cubertería
y vajilla para cada servicio. El menú:
De primero la tradicional sopa Harira (una
sopa de verduras propia del Ramadán),
de segundo, callos (de ternera, por supuesto)con
garbanzos, después fruta y dulce de
hojaldre, dátiles y miel. “Hoy
hemos hecho 900 litros de sopa, pero ayer
les dimos lentejas y pescado. Intentamos que
coman bien y eso es gracias a los donantes
y a los comerciantes del barrio que un día
nos ofrecen carne, otro fruta…”,
relata Mustafá. “Nosotros no
sabemos de religión, política,
color de piel ni nada de eso. Llevamos 15
años trabajando por los más
pobres y seguiremos haciéndolo, aunque
después del Ramadán solo sea
posible hacerlo dos veces a la semana".
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Mire, allí , en esa mesa, son cristianos, lo
sé porque me lo han dicho ellos, pero nadie
les ha preguntado a la entrada”, relata . Después
de cenar, volverán a la Mezquita para ofrecer
la oración de Isha, la última del día,
más tarde sólo algunos podrán
ir a sus casas, el resto permanecerán en la
calle.
Carmelitas de Vedruna
Los únicos que tienen un poco más
de suerte en este panorama ceutí de la inmigración
son las mujeres y los niños. Las carmelitas
de Vedruna, haciendo gala de su nombre, atienden desde
1999 por iniciativa de la propia congregación
a todo aquél inmigrante que se acerca a sus
puertas para pedir auxilio, algo que incluso les ha
valido las criticas del propio gobierno ceutí,
por “obstaculizar el cumplimiento de la Ley
de Extranjería”. Pero actualmente también
las hermanas están también sobresaturadas.
Sus instalaciones en el antiguo colegio de Educación
Especial San Antonio acogen a 260 personas, mientras
que la Delegación Diocesana de Migraciones
atiende a más de 20 mujeres. “Hacen todo
lo que pueden pero sólo pueden ayudar a paliar
la situación de desbordamiento de los dispositivos
de acogida, no puede recaer ni en ellas ni en nosotros
la solución del problema humanitario”,
señala la coordinadora de Médicos Sin
Fronteras.
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TEXTO:
NURIA TAMAYO FOTOS:
EMILIO MORENATTI
OCTUBRE
- 2003
INICIATIVA PERIODISTICA SOLIDARIA
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