Cuando
la hambruna llega ya no hay marcha atrás y a
veces la ayuda aparece cuando ya hay miles de personas
sentenciadas a muerte. Chamba lo sabe bien. Vive en
una aldea polvorienta cerca del lago Malawi. Ha enterrado
a tres de sus cinco hijos y ahora sólo tiene
un plato de metal abollado y vacío. Es época
de levantar las cosechas, pero éstas están
marchitas.
La única cosecha se recoge en Malawi en marzo
o abril y es en noviembre cuando suele empezar la mvula
(lluvia), pero lleva mucho sin llover. La severa sequía
y los breves periodos de inundaciones han terminado
con la agricultura en un país donde el 90 por
ciento de la población subsiste gracias a este
sector. Los agricultores no pueden acceder a los fertilizantes
porque el precio es abusivo, no cuentan con abonos para
mejorar la producción y tampoco poseen sistemas
que permitan irrigar sus cultivos. Así las cosas,
todos tienen miedo a un nuevo periodo de “gwagwagwa”,
la época en la que no tienen absolutamente nada
que llevarse a la boca.
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Pero
gracias al programa de Alinafe Health Center y la ONG
irlandesa Concern algunas de las poblaciones de un radio
de 75 kilómetros pueden beneficiarse ya de agua
durante todo el año, consiguiendo sacar adelante
varios cultivos sin depender de las lluvias. Las
mujeres bombean el agua de los arroyos cercanos consiguiendo
diez litros por minuto, y
así lo que antes eran aldeas polvorientas y campos
secos vuelven a cubrirse de verde. |