Invernaderos para Ilegales
El
pasado 28 de febrero la Guardia Civil de
Palos de la Frontera (Huelva) desalojó
a 97 inmigrantes subsaharianos indocumentados
que se encontraban en un campamento levantado
cerca de las plantaciones freseras del municipio.
Se concentraron entonces en las puertas
del Ayuntamiento reclamando ayuda humanitaria
y la respuesta fue su detención y
su traslado hasta las dependencias de la
Policía Nacional de Heras de la Torre,
en Algeciras, para tramitar su proceso de
expulsión. Tras ser identificados
y con el cansancio pintado en los rostros,
los inmigrantes fueron saliendo en tandas
de quince sin saber donde ir abandonados
a su suerte. Cuatro días después
el Ayuntamiento de Algeciras les pagaba
un billete de autobús cuyo destino,
por decisión de los propios inmigrantes,
era de nuevo Palos de la Frontera. Allí,
sin agua, sin comida y bajo los mismos plásticos
que cubren las fresas, que ellos esperaban
recolectar, permanecen desde principios
de marzo. Es el ejemplo más notable
del fracaso de una ley de Extranjería
imposible de cumplir.
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¡Comer! ¡Comer!. Le invita
a la recién llegada uno de los once hombres que en
cuclillas se encuentran reunidos, metiendo sus manos en
un descolorido recipiente de plástico apoyado en
la tierra. Contiene tan solo un poco de pasta, spaguetis
y macarrones mezclados sin ningún aditivo que pueda
mejorar su sabor, pero es su única comida en el día
de hoy y quizá la única en los próximos
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días. Aquí se impone el día
a día. No guardan nada porque quizá
mañana llegue de nuevo la Guardia Civil y
vuelva a levantarles el campamento. Por ello, ingieren
ávidamente esa pequeña porción
de hidratos de carbono mientras todos hablan a la
vez.
Bajo
la sombra de esos pinos que les cobijan cerca de
Palos de la Frontera no existe la tertulia del almuerzo
y como un coro polifónico de voces africanas
intentan contar lo sucedido. Sin embargo los distintos
dialectos malienses, de donde proceden la mayoría,
es incomprensible para quien lo escucha. Sólo
construyen una frase en español que podemos
entender: “No papeles. No trabajo. Mucho problema”.
Y ésa la repiten todos.
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Acaban de llegar de Algeciras, donde 97
de los 200 subsaharianos que conviven aquí desde
hace al menos cuatro meses, en condiciones infrahumanas,
fueron trasladados después de que la Guardia Civil
les levantara el campamento, los detuviera y les llevara
a las dependencias de la Policía Nacional en Heras
de la Torre.
El objetivo: Poner en marcha su proceso de expulsión,
según marca la ley de Extranjería.
Un aluvión de críticas al Gobierno
por esta normativa imposible de cumplir, las voces
del Defensor del Pueblo Andaluz y de la Junta de
Andalucía, así como múltiples
denuncias de distintas organizaciones humanitarias
como Huelva Acoge, no han conseguido resolver la
situación y ellos han vuelto al mismo punto
en el que estaban.
Mohammed Tumany sirve de intérprete.
Es el único de este grupo que viene de Gambia,
un pequeño país subsahariano que hace
frontera con Senegal.. “¿Para qué
nos han llevado? No han hecho más que pasearnos
y dejarnos en las mismas condiciones.”, pregunta
casi retóricamente en un inglés con
cadencia africana. |
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La
tristeza se refleja en su rostro de mandingo aunque
siempre intente parecer digno y entero. Llegó
aquí hace varios meses después de
iniciar un largo viaje de casi 10.000 kilómetros
traspasando las fronteras de Senegal, Malí,
Argelia y Marruecos. Allí
tomó una patera con 28 subsaharianos más
para llegar a Fuerteventura el 19 de junio del 2002.
Una travesía de casi una jornada en la que
murió su mejor amigo. De ahí, el Gobierno
por ser “ilegal” le llevó a Madrid
en avión y le soltó como una mercancía,
ya que al no existir acuerdos de repatriación
con su país de origen está condenado
a vivir en el destierro. Con sus bolsillos casi
vacíos intentó entonces buscar trabajo
en Almería. “Pero sin papeles los empresarios
no nos quieren”, dice consciente de la situación.
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ESPERANZA TRUNCADA
Lo
mismo le sucede en Huelva. Su esperanza, como la de otros
tantos, era que hubiera un hueco entre las 7.000 hectáreas
de fresa plantadas en toda la provincia y que sus manos
le sacaran del túnel. Pero entre los 12.000 temporeros
que recogerán este año las
350.000 toneladas de fruta no se encontraba su nombre.
Los empresarios, para evitar los conflictos de años
pasados, han preferido contratar en origen y son
sobre todo las mujeres rumanas y polacas las que
ya han llegado con un sitio “reservado”
en el tajo. ”Yo también tengo manos.
Puedes decirme porqué no sirven?”.
Llega otro habitual del grupo con una bolsa de mandarinas
que alguien le ha dado en el pueblo. Aunque se tiene
poco aún se comparte. Es Traore Amari,
alto y con voz rotunda muestra la herida que se
hizo en el pie al salir corriendo el día
que la Guardia Civil echó abajo su tienda
de plástico. Su llegada a España es
muy similar a la del resto de sus compañeros.
Es de Malí y ha dejado atrás a su
mujer y a sus dos hijos, de cinco y siete años,
en busca de una vida mejor. Con sus 30 años
también llegó a Fuerteventura en patera
y recaló en Palos porque le dijeron que aquí
había trabajo. |
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“¿Qué es esta lista?, le pregunta mientras
le ofrece un cigarrillo la nueva “comensal”.
“Algeciras…malade….”. Se trata de
un listado facilitado por los servicios médicos de
las ONG´s que les atendieron en el albergue de Algeciras.
En ella, nombres y enfermedades. Casi todos sufren de gastroenteritis,
por beber agua en malas condiciones, también dolores
de estómago, desnutrición y heridas de distinta
consideración. En una bolsa, betadine, algodón,
vendas, vitaminas y los consejos para evitar infecciones.
Apenas entienden nada. Alguno cree que el betadine debe
tomarse con agua.
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“Yo no querer solidaridad”, afirma nuestro
siempre digno Tumany. “Yo
soy un hombre trabajador y quiero conseguir dinero
para mi familia con mi esfuerzo. No queremos la
pena de los políticos. Ellos no entienden
de seres humanos”. El coro le responde al
unísono asintiendo justo cuando aparece Louis
Dione. Sorprende su impecable aspecto.
Con un pequeño bolsillo colgado en bandolera,
del que no se separa ni un instante, muestra su
pasaporte mientras explica en un correcto español
que espera desde hace meses el permiso de residencia.
Lleva en España viajando de un lado a otro
casi once años pero aún no es “legal”.
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“Mira, aquí sólo ha venido en estos
meses dos veces la Cruz Roja para traernos mantas y un poco
de comida. Lo agradecemos mucho, pero no es suficiente.
El problema no es de las organizaciones, es del gobierno
que no quiere hacer nada por nosotros”, afirma con
una claridad que deja pasmado. Lo peor de todo es que muchos
no saben que son carne de cañón para las mafias.
BAJO
LOS PLASTICOS
“Ven,
ven”. Invita hacia el interior de su chabola
Coulibaly Sadío. “Aquí
dormimos siete”. Entre podridos colchones
apilados y sucias mantas rasgadas el calor es insoportable.
Aún no ha llegado el verano extremo pero
los 21 grados del exterior se convierten dentro
en casi 35 a esta hora del mediodía. Cuentan
los empresarios que esos plásticos que ellos
utilizan como vivienda sirven para proteger la fresa
de la lluvia y el sol abrasador, para que ésta
florezca roja y hermosa con un calibre perfecto
destinado a las mejores mesas. Sin embargo, para
ellos es un sudario del que es casi imposible librarse.
Al volver la vista, es Alá quien llama la
atención. Bajo el plástico es la hora
de la plegaria del Dhur (el rezo de mediodía).
Las reclinaciones se suceden rítmicamente,
los labios casi susurran unos ruegos fáciles
de imaginar, mientras el dedo índice de Mamadow
Kona se mueve una y otra vez, señalando al
frente, e indicando que Dios solo hay uno. |
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TEXTO:
NURIA TAMAYO FOTOS:
EMILIO MORENATTI
MARZO-2003
INICIATIVA PERIODISTICA SOLIDARIA
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